Y no dejo de sonreir, mientras se agolpan en mi mente los recuerdos. Pensando en tí, en todas las veces que has sido tú. En que, mucho o poco, pero siempre cuando menos lo esperaba, has formado parte de mí, de mi maravilloso mundo interior, de mi universo propio e inaccesible. Conseguiste meterte en mi cabeza, en mi alma, en mi corazón, de puntillas, atropelladamente, como yo soy, como necesito que tú seas, a galope tendido entre los valles de mi enigmática razón, a traves de las colinas de mis inextinguibles sentidos.
Para bien o para mal te he amado como sólo yo podía hacerlo, sin los límites de este taimado y artificioso mundo, sin el mezquino temor de los falaces mortales. Y si, ya sé que nunca fui correspondido a un amor que, por otra parte, se convirtió en una sinrazón para todas vosotras.
Pero no llegué hasta aquí para vivir una existencia mezquina, para hundir mi rostro en las tinieblas de lo efímero, para ocultar mis sentimientos tras la pusilánime máscara de la vulgar cobardía. La vida siempre fue para mí una aventura audaz... o nada.
Vuelvo a sonreir, con el cigarrillo consumido entre mis dedos, al recordaros a cada una de vosotras, que tanto me habéis dado, aunque jamás llegárais a ser conscientes de hacerlo. Sonrío imaginando vuestro semblante fascinado e incrédulo al descubir (algo del todo impensable) la asombrosa intensidad de mi amor por vosotras. No ha de haber sin embargo tristeza, no donde nunca hubo consciencia.
Tan sólo quería mostraros una ínfima parte de mi gratitud con estas sinceras palabras.
A tí que me piensas ahora.