XXIV • A tí que me piensas ahora

Enciendo un cigarrillo y dejo mi alma vagar entre caprichosas volutas de humo azul. Pierdo la mirada justo donde ámbos me miran; yo mismo, a cuestas con mi destino, Migue conmigo, en el umbral de su adios. Con el abuelo Ramón de mudo testigo.

Y no dejo de sonreir, mientras se agolpan en mi mente los recuerdos. Pensando en tí, en todas las veces que has sido tú. En que, mucho o poco, pero siempre cuando menos lo esperaba, has formado parte de mí, de mi maravilloso mundo interior, de mi universo propio e inaccesible. Conseguiste meterte en mi cabeza, en mi alma, en mi corazón, de puntillas, atropelladamente, como yo soy, como necesito que tú seas, a galope tendido entre los valles de mi enigmática razón, a traves de las colinas de mis inextinguibles sentidos.

Para bien o para mal te he amado como sólo yo podía hacerlo, sin los límites de este taimado y artificioso mundo, sin el mezquino temor de los falaces mortales. Y si, ya sé que nunca fui correspondido a un amor que, por otra parte, se convirtió en una sinrazón para todas vosotras.

Pero no llegué hasta aquí para vivir una existencia mezquina, para hundir mi rostro en las tinieblas de lo efímero, para ocultar mis sentimientos tras la pusilánime máscara de la vulgar cobardía. La vida siempre fue para mí una aventura audaz... o nada.

Vuelvo a sonreir, con el cigarrillo consumido entre mis dedos, al recordaros a cada una de vosotras, que tanto me habéis dado, aunque jamás llegárais a ser conscientes de hacerlo. Sonrío imaginando vuestro semblante fascinado e incrédulo al descubir (algo del todo impensable) la asombrosa intensidad de mi amor por vosotras. No ha de haber sin embargo tristeza, no donde nunca hubo consciencia.

Tan sólo quería mostraros una ínfima parte de mi gratitud con estas sinceras palabras.

A tí que me piensas ahora.


XXIII • Por qué?

Abubillas llamando, ocaso estrellado, sabor amargo, pura hiel.
Rompen las olas, arrulla el curso del rio, y la música llega,
amable brisa, embriagadora y ciega.
Pían, se llaman, pían, se contestan. Y la noche se cierne...
Me rasgo el alma, y qué encuentro... Se me vá la vida asolada.
El piar, la música, el vacío, mi sonrisa burlada, mi latir congelado...
No siento... y siento tanto. Espesas las entrañas, sangre,
gelatinoso plasma, macilenta mirada, inerte corazón yermo.
Siguen piando, llamando. Siguen. Pían.
Ahora piano, triste, arrasando notas aladas.

Sueño contigo, y contigo... contigo.
Dulce pesadilla que hiere, que abrasa.
La noche, al alba, morir, vivir, morir...
Y de nuevo la luz, el día, y de nuevo muero, recorriendo telarañas,
hedores, frescura, dolores arcanos.
La vida no es sueño, es horror. Amor, temor, volar con la melodía,
convertida melancolía, estallar en falaz algazara.
Y pían, se llaman, abubillas...

Y lloro lágrimas negras, húmedos hollines, ponzoña, desídia,
doliéndome el alma, se me moría... el gesto en mis labios, de franca alegría.

No encuentro sentido, así me sentía. Por qué me dejaste? Solo, absuelto de culpa,
el alma perdía. Por qué me dejaste? Por qué huíste mientras moría?

XXII • Tu recuerdo

Son rostros en sombras, afectuosas miradas, formas difusas,
aromas concretos, cabellos y ropas, son voces y risas.

Son tiernos momentos, lugares, memoria, balancéo de un sofá,
la cortina que se enreda, y a tu voz, un minino vuelta y vuelta.

Son palabras que resuenan, sentimientos que afloran, roces,
caricias, besos, manos que sienten, piel cálida estremecida.

Son horas, son días, son años, entrando al mundo de puntillas,
sueños, temores, valentía, son cariño y alegría.

Son letras lloradas, dulces secretos vertidos, necesidad escrita,
derramada nuestra vida, sobre papel anhelado.

Son energía invertida, son esfuerzo compartido, nuestro aliento
respirado, frio, calor, son camino deseado.

Son punzadas de dolor, son hambre, sed, soledad, ausencia, temor.
Son recuerdos que te queman, perdida ya su razón.

(Para tí, añorada Teresa)

XXI • Días que son tuyos

Hay ciertos días que son tuyos,
instantes de horas enteras,
jornadas de apenas segundos,
en que la vida se detiene
exhalando su nostalgia
con apenas un suspiro.

Días que traen tu nombre
como las hojas mecidas
por el aire que respiro.
Días de luz y sonrisas
dulces como la miel
de tu mirada de niña.

Instantes eternos de tí,
de melodías que te sueñan,
que me hacen perder la razón
bajo la ténue luz de las velas.
Instantes soñados sin fin
que te convierten en ella.

Jornadas de humo y licor
para mostrarnos las almas,
donde el más leve roce es amor
y la ingénua locura nos gana.
Jornadas, ocurra lo que ocurra,
para volver a ser anheladas.